Reescritura del microcuento - Actividad 11

Tres historias de la Francia medieval


Terror
 El gran frío atraviesa mi garganta y vuelve cada vez más hermética mi cavidad pulmonar. Mis labios, morados, contrastan con mi cara pálida. Mi delgadez no se comprara ni con la ramita más finita del árbol que sobresale del monasterio, ese enorme castillo del que veo salir a un monje, al mismo monje todas las mañanas. Uno de los tantos que no cruzan mirada con ninguno de nosotros pero que, igualmente, nos lleva a la hoguera; uno de los tantos que se chupa los dedos después de terminar su abundante plato de cerdo y frijoles, y nos echa por uno de los costados de la estructura sagrada los deshechos, para que los muertos de hambre como yo nos peleemos entre nosotros. Es uno de los tantos que predica ante el Señor, pero al parecer las paredes de la Casa de Dios obstaculizan lo aprendido. Hace días que hay escasez de comida, ya ni nos alcanzan las sobras que nos tiran. Mi cuerpo no aguanta más esfuerzos. Me siento contra un árbol y observo a una familia de mendigos con la que solía comunicarme, comiendo con voracidad los restos de su hijo, el cual habría muerto hacía poco por el frío y la hambruna. Manchas de sangre ocupan la cara de los padres del niño; de sus ojos desbordan lágrimas, pero sus organismos no se inmutan porque mastican sistemáticamente como si no hubiera un mañana. A pesar de estar en la misma situación no tengo el estómago de esa familia como para cometer tal crimen. Prefiero convertirme en la cena de otro. Tal vez sea lo que quiere Dios, tal vez sea mi destino dentro de unos días, horas, minutos.


Drama
 -¡Heloise!- gritó mi madre –ven a ver lo que logré- con una sonrisa y los ojos desorbitados alzó un frasco que contenía un liquido verdoso –Es para tus jaquecas-. La adoración por la naturaleza y por la creación de medicinas la heredó de sus antepasados. Pero así como cargamos con esta pasión, siempre llevamos el peso de las leyendas que conserva todo el pueblo de Aubazine: que somos una familia de brujas, que hay que tener cuidado con nosotras. Es por eso que nunca hablamos con los del pueblo  y nuestros conocimientos los guardamos para nosotras.
 Mi hermana Jehanne vio desde la ventana que venía un hombre. Llamó a mi madre y se acercó la puerta:
  – Monje Geoffrey, adelante- dijo ella.
Hacía una visita diaria para inspeccionar, por lo que manteníamos escondidos todos nuestros medicamentos y libros. Con mi hermana creíamos que sentía algo por mi madre. Siempre corría un brillo especial por su mirada cuando la veía. Después de un largo rato observando superficialmente la casa,  el monje Geoffrey se decidió por emprender el regreso hasta que vio a lo lejos el frasco que estábamos contemplando anteriormente y que olvidamos ocultar. Giró hacia mi madre nuevamente pero con una mirada de pena y se retiró. Esa misma noche corrió un nuevo rumor: que habíamos ayudado a una señora a sanar su enfermedad.  Todo Aubazine vino a nuestro hogar, capturaron a mi madre y a mi hermana. Yo logré esconderme. Las llevaron al gran monasterio y luego de una serie de pruebas dictaminaron que sería mejor quemarlas. Corrí tras ellos. Cuando llegué no había nadie, solo se asomaban dos cruces  y escombros. En la oscuridad  y con los ojos llenos de lágrimas, miré hacia arriba y contemplé la inmensidad del monasterio.  Y con un grito, Juré venganza. 


Crimen             
  Ya han pasado cuatro años de la pérdida que ha tenido Heloise. Esa misma noche había vuelto a su casa, tomó las medicinas y los libros, y se dio a la fuga. Encontró en las afueras del pueblo una casa levantada con piedras y un techo de paja, donde decidió refugiarse.
Hace unos días, se encontró a un hombre que nunca había visto por el pueblo francés. Estaba perdido, por lo que Heloise le ofreció albergue. Cuando adoptó más confianza, le contó lo ocurrido. Allí el hombre se identificó como el Pastor Percival; pastor opositor del dogma que le presentó su ayuda al instante. Juntos idearon un plan y Percival se hizo pasar por monje. Nadie había advertido antes su presencia en el pueblo, por lo que fue conocido desde el principio con su identidad falsa. Ya en el interior del monasterio conoció al monje Geoffrey, quien le dio la bienvenida  y lo introdujo a las actividades serviciales. Esa misma noche, el pastor se acercó a los cultivos que serían utilizados para la cena y esparció una mezcla que había hecho Heloise.
 Luego de la cena se llevó a cabo el momento de lectura bíblica. El pastor, nervioso y con la mirada inquieta comenzó a ver las caras de descompensación. De a poco todos empezaron a caer encima de la mesa.
–Esto es por todas las mujeres, niños y hombres que llevaron a la muerte. Esto es por Heloise- Comenzó a exclamar. Luego cayó él también. Resulta que logró su cometido, pero fue un hombre un poco tonto, porque se chupó los dedos donde restos del veneno habían quedado.
Yo, que había salteado mi comida, como todos los días, producto de la culpa que llevaba ya hace cuatro años, me acordé de esa hermosa mujer que me hizo pecar y que hice quemar.

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