Los amigos (reescritura) - Actividad 23

 

Los amigos (Reescritura del cuento de cortazar)

(Final del juego, 1956)

          En ese juego todo tenía que andar rápido. Cuando el Número Uno decidió que había que liquidar a Romero y que el Número Tres se encargaría del trabajo, Bel­trán recibió la información pocos minutos más tarde. Tranquilo pero sin perder un instante, salió del café de Corrientes y Libertad y se metió en un taxi. Mien­tras se bañaba en su departamento, escuchando el no­ticioso, se acordó de que había visto por última vez a Romero en San Isidro, un día de mala suerte en las carreras.

 

-          Si tendré mala suerte eh, bah no vuelvo a apostar – exclamó Beltrán.

-          ... En las buenas o en las malas triunfante de pie o vencido, la mano del buen amigo, se tiende cordial y buena.- Le cantó Romero para consolarlo

 

En ese entonces Romero era un tal Romero, y él un tal Beltrán; buenos amigos antes de que la vida los metiera por caminos tan distintos. Sonrió casi sin ganas, pensando en la cara que pondría Romero al encontrárselo de nuevo, pero la cara de Romero no tenía ninguna importancia y en cambio había que pen­sar despacio en la cuestión del café y del auto. Era curioso que al Número Uno se le hubiera ocurrido hacer matar a Romero en el café de Cochabamba y Piedras, y a esa hora; quizá, si había que creer en ciertas infor­maciones, el Número Uno ya estaba un poco viejo. De todos modos la torpeza de la orden le daba una ventaja: podía sacar el auto del garaje, estacionarlo con el motor en marcha por el lado de Cochabamba, y quedarse esperando a que Romero llegara como siempre a en­contrarse con los amigos a eso de las siete de la tarde. Si todo salía bien evitaría que Romero entrase en el café, y al mismo tiempo que los del café vieran o sospecharan su intervención. Era cosa de suerte y de cálculo, un simple gesto (que Romero no dejaría de ver, porque era un lince), y saber meterse en el tráfico y pegar la vuelta a toda máquina. Si los dos hacían las cosas como era debido —y Beltrán estaba tan seguro de Romero como de él mismo— todo quedaría despa­chado en un momento. Volvió a sonreír pensando en la cara del Número Uno cuando más tarde, bastante más tarde, lo llamara desde algún teléfono público para informarle de lo sucedido.

  Vistiéndose despacio, acabó el atado de cigarrillos y se miró un momento al espejo. Se encontró con una cara pálida y unos ojos desorbitados que funcionaban como un muro; nada se podía ver del otro lado de ellos. Le hizo una mueca titubeante a su reflejo y se giró. Después sacó otro atado del cajón, y antes de apagar las luces comprobó que todo estaba en orden. Los gallegos del garaje le tenían el Ford como una seda. Bajó por Chacabuco, despacio, y a las siete menos diez se estacionó a unos metros de la puerta del café, después de dar dos vueltas a la manzana esperando que un camión de reparto le dejara el sitio. Desde donde estaba era imposible que los del café lo vieran. De cuando en cuando apre­taba un poco el acelerador para mantener el motor caliente; no quería fumar, pero sentía la boca seca y le daba rabia.

    A las siete menos cinco vio venir a Romero por la vereda de enfrente; lo reconoció en seguida por el chambergo gris y el saco cruzado. Con una ojeada a la vitrina del café, calculó lo que tardaría en cruzar la calle y llegar hasta ahí. Pero a Romero no podía pasarle nada a tanta distancia del café, era preferible dejarlo que cruzara la calle y subiera a la vereda. Exactamente en ese momento, Beltrán puso el coche en marcha y sacó el brazo por la ventanilla. Tal como había previsto, Romero lo vio y se detuvo sorpren­dido. La primera bala le dio entre los ojos, después Beltrán tiró al montón que se derrumbaba. El Ford quedó quieto, En su interior el Número Tres, inmovilizado escuchaba la radio donde sonaba Buen Amigo de Julio de Caro: En las buenas o en las malas triunfante de pie o vencido, la mano del buen amigo, se tiende cordial y buena.



    Al comienzo de la historia, cuando nos encontramos en el núcleo del RECUERDO, me pareció útil agregar un diálogo breve entre los dos viejos amigos. A pesar de que en el renglón siguiente ya hay una catálisis que indica la amistad que llevaban ambos personajes, decidí que el diálogo sería eficaz a través de su contenido para que el lector entienda el final de la historia. Así, al principio parecería tener una funcionalidad casi nula, para al final ser un complemento esencial para la comprensión del lector.

   Cuando describo el reflejo de Beltrán en el espejo, lo hago para aportar a su vez un indicio con significado sentimental: El personaje está en la secuencia de PARTIDA; a punto de dirigirse hacia su cometido, se mira en el espejo. ¿quién se miraría al espejo antes de cometer un crimen? Me pareció esencial este complemento que indicara una cierta inseguridad en el personaje.

   En el final original, la secuencia correspondiente sería: SALIDA-ESPERA-ASESINATO-ESCAPATORIA. Asimismo, quitar el núcleo último -la escapatoria- me pareció una modificación grande al sentido de la historia, y los datos expuestos como catálisis con anterioridad, cobrarían acá mayor significado, construyendo la reversión del núcleo -ahora ESPERA- e indicando, deductivamente,  el arrepentimiento del protagonista.

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