Diario
Frases en lo cotidiano sobre lo no cotidiano.
"la mataron los dueños del silencio, los cómplices de la indiferencia, los mudos de la justicia..."
"Lo que más nos duelen son los pensamientos que tenemos sobre una situación traumática, y no la situación per se"
"Que el Nunca más, sea un Nunca más en serio."
No existe rutina en tiempos de cuarentena
Martes 4.00 am. Un horario bastante polémico para estar desvelado durante la semana. El intento fallido de mirar una película en familia a medianoche, producto del poco consenso que logramos desembocó en mi retorno a la habitación. A estas horas de la noche me siento cómoda en soledad, pero se trata de un momento de silencio externo, y mi mente vocifera. Lo único que apacigua mis pensamientos es el mate cocido con leche que me suelo preparar en estas noches de desvelo. Mientras lo preparo, mi mente se encuentra ruidosa pero, en el instante en que tomo el primer sorbo, me relajo; esa sensación de sostener la taza caliente, exhalar con la cara en el interior de la taza y sentir el vapor recorriendo mis poros, seguido del viaje del liquido caliente por mi interior, me deja en un estado, literalmente, cálido y de placidez. Pareciera que se tratase de una bebida medicinal, que tiene un efecto instantáneo en mi cuerpo y en mi mente. Me relajo, me sereno y logro escribir estas lineas. Mi habitación acompaña este clima de soledad, con el frío imperante que me obliga a usar dos camperas cerradas hasta el cuello, con la luz pálida de la computadora pegando de frente en mi rostro, y con mi lámpara de mesa que lo único que tiene de cálido es la luz amarilla que reflecta pero, por alguna extraña razón me entristece, porque ilumina el silencio incómodo y lo potencia.
Jueves 4am. Pareciera ser que se hizo costumbre el desvelo en altas horas de la madrugada. Esta vez me encuentro sentada en el sillón del comedor, con una lámpara que ilumina de manera similar a la de mi habitación. Distinto escenario, pero igual sensación. Un silencio imperante, un silencio ruidoso, que molesta, que incomoda. La luz de la lámpara, nuevamente lo potencia. Lo único a lo que le otorgo un modo rutinario es a esta sensación de soledad, a las voces parlantes de mi mente motorizada: el músculo más fuerte y más laborioso en estos momentos. Externo a los escenarios de mi imaginario consciente, me encuentro de manera sistemática tejiendo, haciendo una vuelta derecho, una vuelta revés; dándole forma a algo nuevo, con la intención de que sea un suéter para al menos modelar en mi casa. Infaltable es el mate cocido con leche. Se trata de la cuarta taza que bebo en la noche.
En paralelo al tejido, atisbo a mi alrededor un escenario muy tenso, que me interpela, porque acompaña a mis sentimientos tan intensos, angustiantes. Lágrimas comienzan a brotar por mis ojos, silencioso es el llanto que intento tragar; no mastico mis lágrimas, simplemente las trago. Pareciera ser que intento mantener entre bambalinas lo que me pasa, mientras mantengo en primer plano el tejido y la proyección del mismo en suéter. Esta vez el mate cocido con leche no logra tener ese efecto tranquilizador en mí, y tal vez por eso voy por la cuarta taza.
La tensión en el comedor comienza a cobrar intensidad, y mi llanto también. Se trata del sentimiento de pérdida, de duelo, el deseo de volver a ver a alguien que perdí hace poco. Ya no se trata de un ser mundano, por eso intento invocarlo; siento la necesidad de que aparezca sentado al lado mío en el sillón, o mirándome desde el balcón por ese tajo que se forma entre las dos cortinas. Anhelo esa aparición espiritual, lo cual es irónico, porque temo y me opongo a un encuentro así. Pero esta vez lo siento necesario, ver su cara una vez más. Así, a medida que pasan las horas se vuelve en vano seguir despierta, tejiendo y a la espera de un espíritu.
Lunes 11 am. La "rutina" de tomar sol mañanero con mi perra es lo más placentero y cálido que encuentro, y no por los rayos solares que absorbe mi piel, sinoque esa calidez es producto de la elección de estar ahí; un momento de relajación, de ensoñación, donde no pretendo mover un músculo. Yo desparramada en el sillón y Morena (mi perra) a mi costado; ambas siendo embadurnadas por los resplandecientes destellos de luz que no te permiten abrir del todo los ojos, pero que no te importa porque no querés mover ni un solo músculo. Son esos mismos destellos los que reflectan y dejan en evidencia las partículas de polvo volátil que siempre rondan en el aire y que el ojo humano solo puede percibir en estos momentos. Pareciera que el Sol dice la verdad, muestra la verdad, es sincero. Señala a mi perra y al pelaje de su lomo que en la luz tenue se vería completamente negro, pero que en este escenario denota algunos pelitos ya canosos. Pienso en su edad, en la necesidad de que fuera eterna, de que ese momento sea eterno. Pero el sol no está solamente adentro, ilumina todos los edificios y a las personas que, provechosamente en un día de calor, calientan sus cabezas en sus patios o terrazas. Ahora pienso en el sol, pero lo pienso como un reflector gigante, como si formáramos parte de The Truman Show. Pero instantáneamente dejo de lado la ficción y me pongo más poética. Miro el estatismo de los edificios, no como todos los días en los que uno se adentra en ellos, los pisa, los sube y los baja, les pasa por al lado y nunca levanta la cabeza y contempla su enormidad. Estando fuera de la rutina, ahora estática como un edificio, escucho su silencio, los veo como lo que son: una pila de ladrillos en estructuras de hormigón; pura producción humana. Un poco molesta, siento que son algo encastrado en el piso con la intención de demostrar que el humano es dueño de todo, pero a su vez sabe que no es dueño de nada. En fin, el Sol ilumina la realidad, transparenta a las cosas y uno las divisa por lo que son.
Jueves. Hoy salí a la calle. Me pareció caótico caminar por Rivadavia, incluso irritante. El barbijo me molesta en la nariz, no tolero que me apriete, no tolero sentir el dióxido de carbono que expulso, ni que se me obstruya la mitad de la visión por el pedazo de tela. No sé por qué me la agarro tanto con el barbijo, lo único que sé es que prefiero quedarme en casa, aislarme y cuidarme. Ya no tolero a la gente, y menos en estas condiciones. Hoy una chica me empujó con el hombro al pasar dándose, desinteresadamente, vuelta para decirme "sorry" con el barbijo a medio poner. Reitero lo dicho, ya no tolero a la gente, y menos a la que se cree bilingüe. Más razones para pegar la vuelta. Ahora me río ¿seré tan fácil de irritar?
Pensamientos
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Comparto bastante lo que dice Gusmán en uno de sus análisis sobre los diarios de escritores acerca de la esclavitud de la entrada cotidiana. Siento que se me hace difícil mantener una constancia en el escribir. No todos los días me resguardo en la escritura, ni tengo motivos relevantes para hacerlo. Pero, inclusive esos vacíos son llenados en el diario; incluso ahora estoy avisando que no paso por acá todos los días. Igual no creo que este amor-odio por este género sea algo personal. Con respecto a quién está dirigido el diario, o con qué intencionalidad lo escribo, creo que en cierto punto pretendo que un tercero lo lea, pero escribo para mí. Por eso la gran carga subjetiva, la desnudez de mis pensamientos. Lo uso para poner en palabras lo que me pasa, para sentirme bien; y de manera consecutiva se vuelve legible para alguien más.
Me gustaría aprovechar la libertad del diario, tan desestructurado, para "elastizarlo" escribiendo sobre lo que fuese; volviendo una anécdota una ficción como Abelardo Castillo cuando cuenta un recuerdo y describe a sus amigos como personajes de una posible novela de crimen, o escribiendo un programa estructurado de mis próximos meses como lo hizo Virginia Woolf al planificar cómo manejaría su escritura en lo que restaba del año. También me gusta la idea de recurrir al diario cuando tengo una idea para algún cuento, o cuando no se me ocurre nada. Hacer terapia en estas hojas virtuales.
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Sinceramente, le tengo mucho respeto al diálogo en la escritura. Es un elemento narrativo que me cuesta trabajo. Después de leer a Rodolfo Martínez enseñando a aficionados como yo, volví a leer algunos diálogos que había hecho y me parecieron mediocres. Pero uno aprende escribiendo, ejercitando. No lo creo algo imposible, sino más bien laborioso. Me aferro a la necesidad de que los diálogos sean lo más naturales posibles: mantener una fluidez, utilizar una jerga correspondiente a los personajes o el ámbito en el que se encuentran, usar interrupciones, cambios de temas, muletillas. Marcar una contraposición importante y notoria entre la narración formal del cuento y ese diálogo que se debería asemejar a una conversación real.
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Escuché a René Lavand en uno de sus actos como ilusionista y quedé anonadada. Su habilidad para narrar es sorprendente. Destaco el balance tan natural entre lo que dice y lo que hace; esa seguridad que genera que uno asienta y sonría con todas sus acciones. Esas emociones que produce en el espectador son intencionales y logradas. Incluso sentí que lo vi con el alma y no con los ojos, acción que resalta en su relato. En cambio con Dolina, lo que se dice cobra más relevancia, puesto que no se lo ve sino que simplemente se lo escucha. La forma de comunicar me pareció entretenida, con una voz carismática, segura; con un tono cómico todo el tiempo, como si estuviera por rematar con un chiste. Se me hizo muy similar al tono que emplea Diego Capusotto en algunos de sus personajes como Violencia Rivas: te está contando algo con mucha seguridad, con la voz que pareciera estar cansada, alargando a veces las palabras y volviéndolas fonéticamente graves al final de una oración. Esta forma de hablar es de mi agrado, por lo que me sentí interesada en su relato.
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